No es la primera vez que se retiran
los canes que más han ladrado en esta capital desde su supuesto broncíneo
silencio. En algunas ocasiones, como cuando se restauró la plaza mayor de la
ciudad por última vez, en los años noventa del pasado siglo, fueron muchas las
voces e ingentes los chorros de tinta que se vertieron en defensa de un grupo
escultórico que a lo largo de un siglo de presencia urbana se convirtieron no sólo
en un verdadero símbolo de la ciudad, sino en una parte muy viva de la memoria
personal de muchos de sus vecinos -son miles los niños de todas las
generaciones que han tenido y tienen una foto subidos a estos perros-. No es de
extrañar que ahora, cuando se retiran para una necesaria labor de restauración
y mantenimiento, se haya despertado de nuevo el interés y cierta preocupación
entre el vecindario, que no deja de mostrar su interés por que pronto esta
peculiar jauría vegueteña, cazadores de sueños, de sentimientos, de memorias
colectivas, campe íntegra de nuevo desde la inmovilidad por sus predios
santaneros.
FEDAC - 1900 - 1905 |
Sin embargo, esto no fue siempre así.
Cuando se colocaron, allá por el año 1895, por iniciativa del alcalde Felipe
Massieu, para rematar de alguna forma las obras de remodelación, mejora y
embellecimiento que entonces se dieron en la plaza que lleva el nombre de la
Patrona de la Ciudad, Santa Ana, fueron muchas las voces discordantes con esta
iniciativa, que no se veía muy adecuada para la dignidad, la suntuosidad y la
importancia señera que tenía aquel lugar principal de la ciudad. Ejemplo de
ello fue un extenso editorial publicado por el periódico “El Defensor de la
Patria” que se oponía rotundamente, por el aspecto denigrante que traería la
presencia de aquellos “bardinos” a lo ojos de propios y foráneos. Es más, decía
que con ello la Plaza Mayor pasaría a ser “¡PERRERA INCONDICIONAL!”
Pero esto no fue así, y poco a poco,
a estos perros les ocurrió casi lo mismo y al mismo tiempo que a la parisina
Torre Eiffel que no gustaba y apunto estuvo de sucumbir -se salvó en una ocasión
por un sólo voto del Consejo de Ministros galo-, pues poco a poco fueron
entrando en el orbe de la memoria colectiva de vecinos y viajeros, que los
identificaron como hermosos, elocuentes y adecuados símbolos urbanos de ambas
capitales a lo largo de todo el siglo XX.
Los perros de la Plaza de Santa Ana,
obra en hierro colado del escultor francés Alfred Jacquemar (París 1824), cuyas
iniciales (A.J.) se encuentran en las esculturas, llegaron envueltas en cierta
leyenda que llegué a escuchar, con ciertas y diversas variaciones, a muchas personas
casi coetáneas a este grupo escultórico o que a su vez la habían escuchado de
sus padres; el propio Néstor Álamo me la llegó a comentar también en algunas
ocasiones.
Por lo visto Felipe Massieu los
recibió como muestra de gratitud del capitán de un buque francés que, camino de
Sudáfrica, tuvo problemas y debió recalar por aquí durante una larga estancia,
en la que él y su tripulación fueron muy bien acogidos y atendidos por la
población y sus autoridades, algo fundamental en aquellos tiempos en que el
Puerto de La Luz comenzaba a emerger en aguas de Las Isletas. Sin duda se
trataba de esculturas producidas por el taller francés Vald'Osne -también está grabado
este nombre en las estatuas perrunas-, que se transportaban para el
embellecimiento urbano de algunas ciudades sudafricanas. Si de este taller
existen muestras de este tipo de mobiliario urbano en diversas ciudades
europeas, como en Rotterdam, también sé de perros similares a estos en Londres
y en Málaga, que he podido fotografiar personalmente y tienen las mismas
iniciales de A.J., pues este escultor trabajó durante muchos años para esta
empresa que tanto prestigio y clientes tuvo en aquellos años finiseculares.
Si Víctor Doreste, en su deliciosa
obra “FAYCÁN”, les dio vida, les puso nombres y los hizo corretear por el
cauce, entonces abierto, del barranco del Guinigüada entre Vegueta, Triana y
los Riscos, lo que contribuyó a partir de la década de los años sesenta del
siglo pasado a asentarlos definitivamente en la memoria colectiva de la ciudad,
es lógico que ahora se perciba una inquietud colectiva, que se muestra muy
interesada por los trabajos que hacen que deban ser retirados por unos días,
pero estoy convencido que pronto todos volverán a aullar silentes y satisfechos
a esa luna llena del alma vecinal de Las Palmas de Gran Canaria.
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