Procesión del Viernes Santo a su paso por el Puente de Piedra. 1900-1905 (FEDAC) |
Cada Semana Mayor del año, especialmente en Viernes Santo, no se
entiende Vegueta y Triana, como muchas otras localidades insulares, sin la
presencia de las mantillas canarias por sus calles, en el pórtico de sus
iglesias y ermitas, en el procesionar entre palmitos, farolillos y cirios. A la
mente de una inmensa mayoría con la blaquísima presencia de la mantilla
retornan también la vieja estampa del Puente de Palo, el rumor del Guiniguada o
el ronroneo de las olas que acuden a la costa a la llamada de las campanas
de Vegueta, que tienen ya su mas selecto y eterno campanero en José María
Millares. Otro inolvidable poeta isleño, Luis Doreste Silva, con el verbo
encendido en los labios una mañana de cualquier Viernes Santo, no se resistió a
proclamar “¡Mantilla canaria, paño entrañable, cuya forma está ungiendo la
ternura única que ha de vivir bajo sus plieges finos! De la cabeza a la
espalda, haciéndose como flor inmensa que quisiera dibujar simbólicamente un
corazón. ¡Mantilla canaria que, mirada a través, dará siempre la imagen de la
Isla! Digieras olorosa de incienso y azahares, hecha de canciones de cuna...”
Bajo un toldo de palmas, al cobijo de calles
históricas como Espíritu Santo, de los Reyes, Doctor Chil ó Castillo, en la
inmensidad bellísima de la Plaza de Santa Ana cada mañana de Viernes Santo,
arropadas por una marea mantillas blancas que se nos antoja infinita, en el
seno de una de las expresiones mas propias de la Semana Santa grancanaria y del
procesionar de Las Palmas de Gran Canaria, nos encontramos con dos obras
espléndidas del Señor Pérez -hoy mas
conocido por su nombre completo José Luján Pérez-, el Cristo de la Sala
Capitular y la Dolorosa de la Catedral, ambas encargadas y donadas por el Deán
Toledo, que salen a la calle en esta peculiar, isleña y veguetera procesión
desde 1928 con el rezo del rosario como único acompañamiento y la ineludible
Marcha Fúnebre de Chopin solemnizando su entrada en la S.I.B. Catedral de
Canarias, ante la mirada extasiada de todos los presentes, por mucho que la
hayan vivido uno y otro Viernes Santo, quizá como le ocurrió al sacerdote y
poeta Mariano Hernández Romero que no dudó en cantarle a esta Dolorosa con un
magnífico soneto en el que le dice: “Por las ondas graciosas de tu manto/
dulcemente navega la amargura,/ y en tu rostro florece la hermosura,/ al
florecer la espuma de tu llanto”, todo un verdadero y magnífico prolegómeno
para el Sermón de las Siete Palabras que se inicia nada mas entrar esta
procesión en la Catedral y culmina hacia las tres de la tarde con la sagrada
conmemoración de la muerte de Cristo.
Se cuenta que
este Cristo fue tallado por Luján en dependencias del templo catedralicio y en
el mismo intentó realizar el eterno ideal en el arte, superar la ocasión con la
serenidad, dominar en calma suprema el tumulto sensible y dionisíaco. Si duda
alguna, este Cristo, que se nos presenta de forma cerrada, con el fornido
cuerpo abandonado definitivamente a una espléndida inercia, honra sobremanera a
su autor. La Dolorosa estuvo en la
capilla privada del Deán Toledo hasta que en 1908 fue trasladada a la Catedral,
una imagen a la que siempre se le tuvo enorme devoción y que destaca por la
complicada riqueza de planos quebrados que señalan su rostro, así como por el
manierismo de los pliegues inferiores de la túnica; se cuenta que a Luján Pérez
le sirvió de modelo para esta talla el rostro cuajado de dolor de la pequeña
huérfana Josefa María Marrero. Tampoco se nos puede olvidar que los tronos en
los que procesionan ambas imágenes son obras de dos grandes artistas
grancanarios; el del Cristo fue tallado y barnizado por Carlos Luis Monzón
Grondona en 1946 y el de la Dolorosa se debe al escultor Juan Jaén que lo
realizó en 1943 en madera tallada y barnizada de oscuro. Del patronato de ambas
imágenes se han ocupado de siempre de forma generosa y con hondo sentido de la
tradición y las devociones isleñas las familias Saavedra y Manrique de Lara
respectivamente.
Mañana de Viernes
Santo grancanario, veguetera expresión para añorar soleadas y limpias mañanas
colmadas de mantillas blancas, que se erigen como auténtica bandera del alma de
esta ciudad ante el paso de la Dolorosa catedralicia ante la que cada cual
desde un silencio respetuoso en el requiebro de sus mas vivas emociones parece
gritarla a cada esquina ¡guapa!, ¡guapa y mas que guapa!, y enarbolar ante ella
esa mantilla que todos tienen ya por enseña isleña y yo por espejo en el que se
reflejan todos mis recuerdos.
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